Granada: Alhambra, Albaicín y piononos

Como existe mucha información turística sobre Granada, solo voy a recoger en esta entrada algunos apuntes breves sobre cosas y lugares que me gustaron especialmente.

La primera, los piononos. Descubrí este dulce gracias a un blog, y como en una especie de cadena dulce, ahora soy yo la que lo recomienda.

Los mejores sitios para tomar los piononos son las cafeterías Casa Isla, repartidas por todos los barrios de la ciudad, y con la casa madre en Santa Fe, donde se firmaron las Capitulaciones que dieron paso al descubrimiento de América.  Hay de varios sabores, pero después de probar algunos, me quedo con los tradicionales.  La competencia de Casa Isla es  la cafetería Rey Fernando, en la calle Reyes Católicos, también deliciosos.

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El pionono recibió ese nombre en honor al papa Pio IX (Pio nono, en italiano), un Papa muy «activo» que instauró el dogma de la Inmaculada Concepción (además de condenar el progreso científico en la encíclica Syllabus y de reunir el Concilio Vaticano I, en el que hizo aprobar el dogma de la infalibilidad del papa, para acabar de cerrar el círculo).

Pero volviendo a los piononos, la primera referencia aparece el 18 de marzo de 1858, en la prensa madrileña. Primero se nombraba con dos palabras «pio nono» y luego ya, todo seguido. De hecho, Clarín, en «La Regenta»,  lo utiliza como una sola palabra: «pionono», cuando unos pillos se asoman al escaparate de una pastelería y discuten sobre el nombre de los dulces que no pueden pagar.

El pionono se  compone de dos partes: una lámina de bizcocho «emborrachao» enrollado formando un cilindro (la base del pastel), y coronado de crema tostada. Lo suyo, según dicen, es tomárselo de un bocado, aunque las personas golosas preferimos disfrutar poco a poco.

Una vez endulzado el paladar, y con el correspondiente aporte calórico, no hay excusa para subir a pie la cuesta de Gomérez, hacia la Alhambra, que arranca a la derecha de la Plaza Nueva. Un poco más cansado, pero más placentero que los autobuses turísticos con parada en la plaza de Isabel la Católica (por si fallan las fuerzas)

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Subida a la Alhambra, en los márgenes del camino baja el agua

Lo mejor es sacar la entrada con cierta antelación en la web, para poder elegir la hora  de acceso limitado a los palacios nazaríes. También se pueden comprar en la tienda de la Alhambra, que se encuentra en la calle Reyes Católicos nº 40, pero siempre con el riesgo de que haya cola (aunque la atención es muy eficiente) o, lo peor, de que ya no queden. Todos los días se venden en taquillas de la Alhambra un determinado porcentaje de entradas, pero las colas comienzan a formarse a las seis de la mañana. Así que más vale ser precavido. Os dejo link con información sobre la compra on-line y recogida de las entradas:

http://www.alhambra-patronato.es/index.php/Visitar-la-Alhambra/8/0/

Por cierto, en las taquillas de la Alhambra hay numerosos guías que ofrecen sus servicios. Algunos más insistentes que otros…

Aquí van algunas fotos de lo que vimos:

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Este es el antiguo convento de San Francisco, en el recinto de la Alhambra. En la actualidad es Parador de Turismo. Se puede visitar el primer emplazamiento de las tumbas de los Reyes Católicos.
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Vistas del Albahicín desde los jardines del Generalife

Al  volver de la Alhambra, después de haberle dedicado casi toda la jornada, vale la pena detenerse en el Carmen Rodríguez Acosta. La visita guiada resulta agradable, e incluye entrada en la cripta. Escuchando la historia del propietario de este carmen, hijo de una familia de banqueros granadinos,  y aunque todo rezuma cierto aire de decrepitud, no cuesta imaginar las fiestas que debieron celebrarse junto a las fuentes, en los días de «vino y rosas», cuando diseñar y construir estos jardines, con todo su juego simbólico, era casi  un capricho.

La entrada de la visita se puede adquirir junto con la de la madrasa, enfrente de la Capilla real, y así resulta más económico. Os dejo link e imagen.

http://www.fundacionrodriguezacosta.com/

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Otra de las visitas imprescindibles en Granada,  aunque un poco alejada de las rutas turísticas y, por ello, mucho más agradable de recorrer, es el monasterio de San Jerónimo, en el que se encuentra la sepultura (muy sencilla y apenas visible, en el crucero) del Gran Capitán. El monasterio tiene con dos claustros ajardinados. El primero, con decoración renacentista y en el que se pueden visitar varias salas. En el segundo, hoy de clausura,  residió Isabel de Portugal en su viaje de bodas con el emperador Carlos I (se nota que he seguido las series televisivas sobre la época…). Pero lo más impresionante es la decoración interior del templo,  en la que no existe el espacio en blanco.

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Y si lo que queremos es pasear, nada mejor que hacerlo por la carrera del Darro. Eso sí, mejor al atardecer, cuando hay menos trasiego de taxis que suben al Albaicín.

Mientras caminamos, podemos leer los nombres de las estrechas calles que  se asoman al Darro, que en época romana se llamaría ‘Río del oro’: Cuesta Aceituneros, Lavadero de Santa Inés… todas ellas nos llevan hasta el Albaicín, con hermosos miradores como el de San Nicolás, lleno de puestos ambulantes de artesanía y de terrazas para contemplar la fortaleza roja de la Alhambra, más roja todavía cuando el sol se pone (dicen que Bill Clinton, viendo caer la tarde desde este mirador, comentó que se trataba del atardecer más hermoso del mundo)

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La Alhambra desde el mirador de San Nicolás

 

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El mirador de San Nicolás, al pie de la torre de la iglesia, visto desde la Alhambra

 

Y para cerrar esta entrada, que empezamos con sugerencias para el paladar, propongo merendar un chocolate con nata en el  Cafe Bohemia (auténticamente bohemio), en la plaza de Los Lobos, lleno de cachivaches y libros que, para nuestra sorpresa cuando tratamos de hojearlos, se encontraban pegados entre sí!  O en cualquiera de las teterías de la calle Calderería, que también ofrecen batidos de dátiles, avellanas, canela y miel…

Para tapear, un clásico es Los diamantes, en la Calle Navas 26: todo un espectáculo observar como los pedidos de chipirones («chipis» en la jerga) se trasmiten con absoluta eficacia a la cocina, a pesar del gentío que en horas punta trata de encontrar un hueco de perfil en la barra. Una cocina diferente es la del restaurante  Damasqueros, en la calle del mismo nombre, en el barrio del Realejo. Con un  menú degustación cerrado, que cambia todas las semanas, y que se elabora con productos de la tierra y de temporada (atún de Barbate, caviar de Ríofrio…). Lo que su cocinera, Lola Marín, llama «cocina de los sentimientos».

Y ya que estamos con los sentimientos, después de todas estos apuntes me queda la sensación de haber contado tan poco de lo que sentí, que mejor acudir a la copla de Carlos Cano,  que solo en dos versos lo explica mejor que todas las guías, blogs y fotografías del mundo:

«Granada vive en sí misma tan prisionera,  que sólo tiene salida por las estrellas».

Para escuchar la Habanera Imposible, que Carlos Cano dedica a Granada:

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